Cualquier cristiano comprometido se preocupa por crecer en santidad, de esa preocupación surge la pregunta de este post “¿Cómo crecer en santidad?” La respuesta ha tomado muchos matices. Dependiendo de la denominación o tradición cristiana, la práctica puede tomar distintas formas, en algunos casos extremistas y algunas un tanto descuidadas.
Aquí voy a tratar de dar algunos consejos sobre lo que implica ser santo, como alcanzar la santidad y en que debemos enfocarnos si queremos crecer en santidad.
¿Qué significa ser santo?
Lastimosamente, muchas personas creen saber que significa ser santo, o, en su defecto, la santidad. Basta con preguntar exactamente a que nos referimos con ello para darnos cuenta de que el asunto no está del todo claro. La santidad es, ante todo, un atributo de Dios. Él es santo por excelencia, por lo que todo concepto de santidad debe derivar necesariamente del ser de Dios.
Pero, ¿Qué es la santidad de Dios?
La santidad de Dios es su sublime y trascendente pureza moral. En Dios no existe, ni puede existir el mal, ni mucho menos el pecado. En este sentido, la santidad que necesitamos desarrollar como cristianos es esta pureza que se evidencia por una ausencia del pecado, y una semejanza al ser de Dios, a la imagen de su santo Hijo Jesucristo.
Por eso, siempre me ha gustado, más que hacer de la santidad un concepto, llevarlo a la persona de Cristo. Allí vemos la santidad a la cual debemos apuntar (el carácter y proceder de Cristo), como la fuente de nuestra santidad (el evangelio).
7 consejos para crecer en santidad
Teniendo en cuenta que significa ser santo, entonces podemos pasar a los consejos prácticos para crecer cada día más en santidad. Por eso, respondiendo nuestra pregunta (¿cómo crecer en santidad?) te doy los siguientes 7 consejos:
La fe y la palabra: elementos clave para crecer en santidad
El principal consejo para crecer en santidad está relacionado con la Palabra de Dios. Es a través de ella que el cristiano puede crecer en santidad e imagen de su Señor. La Palabra de Dios, en todas sus presentaciones, tiene un poder santificador, transforma el alma y da nueva vida a los huesos muertos.
Pero esto, hasta cierto punto, tiene formas más provechosas que otras. No es lo mismo la Palabra de Dios predicada (que es en sí mismo un medio de gracia), que leer un capitulo sin ningún estudio o comprensión, no es lo mismo meditar y estudiar las Escrituras, que escucharla sin prestarle mucha atención. No es lo mismo un leve bocado, que servirse un plato entero sin dejar nada.
Es por esto que cada forma con la que nos acercamos a la Palabra de Dios sea acompañada con esfuerzo, dedicación y, sobre todo, fe. Nos aceramos a la Palabra de Dios sabiendo que Dios ha hablado en ella y que su poder es realmente transformador para el alma.
La mortificación del pecado como una idea aplicada
Entendiendo la Palabra de Dios, sabemos que Dios nos llama a hacer morir la naturaleza pecaminosa en nosotros. Ciertamente, quisiera que esta mortificación, no fuera descrita con esta palabra, puesto que mortificación implica hacer morir paulatinamente. Yo quisiera asesinar la carne y olvidarme de ella por siempre, pero, desde este lado de la eternidad, ese no es el camino.
Nuestro camino es el camino de la mortificación, uno con el que luchamos contra nuestro propio pecado todos los días de nuestra vida ¡Hasta que Cristo venga y asesine nuestro pecado por siempre!
La mortificación del pecado es la tarea constante del cristiano, es hacer morir esas ansias de ver lo indebido, es no dejarnos dominar por el viejo hombre, perezoso, irresponsable y de doble ánimo, no es dar de comer a la bestia de tres cabezas: la autocomplacencia, el egoísmo y la avaricia.
Si no alimentas tu pecado, aplicas el resto de estos consejos, seguramente crecerás en santidad.
El uso constante y consiente de los sacramentos
¡Oh, los sacramentos! Casi que es un tema olvidado en cualquier disertación sobre la santidad. Pero, para mí que soy un pastor reformado, esto es de vital importancia. Para nosotros los reformados los sacramentos son medios de gracia, es decir, formas autorizadas y establecidas por Dios para derramar de su gracia santificadora. Desde este punto de vista, el bautismo y la santa cena, son sacramentos observados y recibidos que nos santifican en el proceso.
Recuerdo de forma cariñosa como R. C. Sproul Jr, comentaba que en ciertas ocasiones que Dios se hacía tan real para él en el sacramento que no podía dejar de llorar. Esto es algo que lastimosamente se ha perdido en muchas iglesias. Nos olvidamos por completo que, si bien Cristo no está presente en forma corporal y física, lo está plenamente en forma espiritual y viva. Allí, en el sacramento, Dios se nos es concedido en el agua que nos limpia, la carne que nos alimenta y el vino que sacia nuestra sed.
La comunión cristiana como una ayuda adicional
Para crecer en santidad no solamente contamos con los medios de gracia tradicionales, sino también con los hermanos en la fe. La comunión, es una forma muy importante de crecer en santidad. Cuando compartimos nuestras cargas, pedimos consejos, nos exhortamos o corregimos por nuestros pecados, avanzamos en la santidad. Esto no solamente es un asunto de sentido común, sino que es algo que la misma biblia expresa de múltiples maneras.
Pensemos en los dones dados a cada miembro del cuerpo de Cristo. El principio teológico de los dones es que a cada uno se nos ha dado un don para el beneficio del cuerpo de Cristo, si sabemos que este beneficio no es otra cosa que el crecer en la imagen de Cristo, entonces el uso de los dones es un asunto fundamental para crecer en santidad conjuntamente con los hermanos. Y esto, no se da sin la comunión cristiana.
Buscamos la paz y la santidad con todos, sin la cual nadie vera el Señor. Pero, es con todos, en comunión y amor con los hermanos en la fe, que se busca la santidad. Basado en esto, estoy completamente convencido de que muchos cristianos no crecen en carácter e imagen de Cristo por el simple hecho de que se la llevan no muy bien con los hermanos de su iglesia local.
La oración como algo imprescindible para crecer en santidad
Casi ningún cristiano considera que la oración no tenga relación con la santificación. Pero, ¿En qué sentido lo tiene? Algunos consideran que la oración es un medio de gracia, y algunos otros consideran que es una manera como Dios desea santificarnos en respuesta a nuestros ruegos. Mi postura, hasta el momento, es que la oración no es un medio de gracia y que su relación con la santificación se debe a que Dios obra en respuesta a ella.
Creo fielmente que Dios no solamente quiere bendecirnos y santificarnos, sino que también quiere hacerlo en respuesta a nuestras oraciones. En este sentido, la oración tiene que ser un poco más específica: rogar por nuestra debilidad de carácter, por nuestras luchas contra el pecado, nuestra falta de entrega al obedecer y muchos otros aspectos con los que estemos luchando contra el pecado.
¿Qué diremos del ayuno?
Tratándose de la oración, el ayuno también cobra importancia. Entendiendo esta disciplina como una práctica dedicada a la oración, al lamento por el pecado, el arrepentimiento y el cambio de vida. El ayuno no debe verse como si al hacer pasar hambre al cuerpo esto tenga algún tipo de implicación espiritual o sea una forma de castigo en contra de la carne. Sobre este asunto el apóstol Pablo da una declaración tajante al respecto: no sirve de nada.
No obstante, si hay una utilidad en el verdadero ayuno cristiano, y se encuentre en el lamento, la dedicación entera a la oración, el arrepentimiento y la búsqueda del rostro de Dios. Recordemos los ayunos de la Biblia, como Dios tuvo misericordia de aquellos que con ayunos y lamentos buscaron su rostro y como Dios, en respuesta a ello, los trato con compasión.
La importancia de la perseverancia en el camino hacia la santidad
La santidad no es un camino corto, requiere persistencia, en ocasiones para ver cambios significativos se requerirán varios meses o incluso años, en especial en los cambios que son más profundos y duraderos. Por esta razón es necesario acompañar la búsqueda de la santidad con una gran capacidad de perseverancia y resistencia.
El hacer uso de cada uno de estos consejos, el aplicar las disciplinas cristianas, orar, leer y ayunar, son cosas que requieren una persistencia diaria y constante. Por eso, no debemos cansarnos de hacer el bien, porque ha debido tiempo cosecharemos.
Consejo adicional: céntrate en el evangelio y saca el legalista del corazón
Tal vez debí empezar con este consejo, pero creo que colocarlo de ultimo hará que quede más firme en la memoria. Es simple, pero poderoso: no podemos crecer en santidad sin el evangelio. Esto implica que la santidad, en última instancia es el resultado de la gracia de Dios derramada en nosotros.
El poder de Dios para santificarnos está en ese evangelio. El ver la cruz constantemente, el saberse perdonado y justificado por su muerte y resurrección, es lo que nos hará levantarnos con mayores fuerzas cuando caigamos (seguro que caeremos). Por tanto, asirnos a la cruz, ampararnos ante su sombra, nos dará la fortaleza para luchar contra nuestro pecado, puesto que es el evangelio que vence nuestra maldad.
Pero esto no es simplemente una idea infundada. En la teología de Pablo somos transformados de gloria en gloria a la imagen de Cristo, por el poder del Espíritu Santo, al contemplar el rostro de Cristo y esto solamente lo podemos ver con nuestros ojos a través del evangelio (cp. 2 Co. 4:3-6, 18).
¿Cómo saber si estamos creciendo en santidad?
El último consejo nos debe llevar a pensar en cómo identificar si realmente estamos creciendo, si verdaderamente estamos alcanzando el objetivo. En ocasiones esta pregunta es difícil de contestar, pero tenemos que decir que depende del tiempo, el tipo de cambio que esperamos ver y como debemos entenderlo en su propio contexto.
Hacernos preguntas referentes a pecados concretos, cambios pequeños, cambios de hábitos, formas particulares de responder, de pensar o de sentir, el tono general de nuestro carácter, etc., constituyen parte del fruto de la santificación.
Otro aspecto en el que podemos notar si estamos creciendo es en nuestro amor. El cual se constituye principalmente por un amor sincero ante Dios (con todo nuestro corazón, mente y voluntad), y el amor a nuestro prójimo (como a nosotros mismos). Esto constituye la santificación del corazón en términos muy prácticos y concretos.
Finalmente, algo que me sirve mucho a mí, es preguntarles a otras personas sobre mi crecimiento espiritual, ministerial, de carácter y otros asuntos. Para este fin tu esposo/esposa es perfecto, pero también puede servir algún hermano que esté al tanto sobre tu propio crecimiento, que cuide de tu alma, que te conozca bien y te ayude en el camino.
Conclusión sobre crecer en santidad
El crecer en santidad es un camino de muchos pasos, pero no estamos solos: el Espíritu de Dios, la sangre de su Hijo Jesucristo y la comunión de la iglesia van con nosotros. De algo podemos estar completamente seguros, Dios está más interesado en nuestra santificación de lo que nosotros los estaremos jamás. Si esto es así, ¿No deberíamos estar seguros de que avanzaremos en el camino?
Solo queda esforzarnos, aplicar los principios de la Palabra de Dios y seguir adelante.