Para mí, el culto familiar ha sido un tiempo de mucha edificación. No solamente porque he tenido la oportunidad de cumplir mi rol como el sacerdote de mi hogar, sino también porque la misma disciplina ha llegado a ser muy nutritiva.
Digo esto porque inicialmente empecé el culto familiar pensando en el beneficio que traería a mi hija: como esto le ayudaría en el culto público, como le acercaría a Dios, como entendería mejor la oración, como le aclararía el evangelio y como llegaría a comprender que éramos una familia que adora al Señor.
Una oportunidad para ejercitar la comprensión de las Escrituras
Sintetizar una lectura, extraer una breve enseñanza y traducirla en el lenguaje de una niña de dos años, que sea para su edificación, todos los días, es un ejercicio que ha sido un reto, pero sobre todo una gran bendición. Me ha ayudado a comprender mejor las Escrituras y ejercitar la capacidad de exponerlas de forma sencilla.
También es cierto que esto ha ayudado al resto. Mi hija recibe instrucción y me esposa considera lo que digo para su propia alma. Unimos nuestras mentes bajo los mismos textos diariamente, dos veces al día, para que haya entre nosotros un mismo sentir en Cristo Jesús.
Una oportunidad para memorizar las Escrituras en familia
Como parte del culto familiar tenemos la tarea de memorizar un pasaje o versículo una vez a la semana. Tengo que confesar que he intentado hacer esto muchas veces al rededor de mi vida como cristiano y he fracasado todas las veces, pero esta vez, a través del culto familiar ¡Todo marcha bien! Toda la familia memorizamos las Escrituras de formas que no creía hacer en el pasado.
Tomamos un texto sencillo, de palabras no muy complejas, pero que pueda ser vital para nuestra hija. Hemos memorizado el quinto mandamiento, el Salmo 128:1, Salmo 121:1-2, Proverbios 1:8-9, entre otros. Muchos de ellos tienen que ver con nuestra tarea como padres, la responsabilidad de nuestra hija de honrar y obedecer a sus padres, pero también tienen directa relación con Dios y la piedad que necesitamos tener. Esto hace que cuando tengamos que corregir, exhortar o consolar a nuestra hija, podamos apoyarnos en versículos que ya ella conoce.
Experimentar el evangelio como familia
Pero, sobre todo, he podido palpar mi propio pecado, la gracia de Dios y la vitalidad de su pacto en nuestras vidas. No podríamos mantenernos en pie si no fuera por Él, sin duda, ha sido su gracia. Al principio, vi muy difícil tener un culto familiar al día, pensé que con un par de días a la semana sería suficiente. Hoy, por la asombrosa gracia de Dios para con nosotros, tenemos dos cultos en el día (uno en la mañana y otro en la noche), y en ambos mi hija participa, memoriza los versículos, sigue los salmos y los himnos. Es un gozo concedido por el Señor.
Es un contentamiento que no se da de un momento a otro. Tener la consistencia, el disfrute y el fruto del culto familiar requiere constancia. En ocasiones no lo he hecho, faltando a alguno de los dos por alguna razón, pero siempre habrá una oración, una alabanza y alguna lectura.
Con el culto familiar, juntos, como familia, confesamos quien es nuestro Dios y en quien ponemos nuestra confianza. Oramos cuando salimos, agradecemos cuando llegamos, damos acciones de gracia por cada plato y reconocemos a Dios como nuestro Señor.
A modo de conclusión
Si algo nos permite decir “mi casa y yo serviremos al Señor” (Jos. 24:15), sin duda, es el culto familiar. Quiera el Señor darle este gozo a todos mis hermanos, sobre todo aquellos padres de familia que quiere guiar a sus hijos y esposas en el temor del Señor. Puede ser difícil, hay retos, pero la bendición es inmensa.